La novela del siglo XIX podía ofrecernos un microcosmos y dentro del mismo analizar el comportamiento de los diversos personajes, pero, aunque la acción de la misma se desarrollase durante uno o varios años, allá se nos reflejaba un mundo estático. La novela del siglo XX se lanzó en todas las direcciones y a todo tipo de experimentos y hoy aún nos resulta muy difícil definir sus características, su sello temporal, aunque, salvo excepciones como las obras de Proust o las de Mujica Láinez, suele ser también una novela estática. Cien años de soledad, por ejemplo, no pretende mostrarnos el paso del tiempo durante ese siglo de vida de Macondo, sino cómo eran Macondo y sus habitantes.
En este siglo XXI, en un mundo que cambia por momentos, que se ha acelerado como un bólido de carreras, el narrador debe dedicar su atención a ese fluir velocísimo y continuo.
En la novela Mundos cruzados, con sus más de cien personajes (históricos los unos, inventados los otros) se pretende no solo reflejar esa fugacidad, sino también el hecho innegable de que, a través de los siglos, muchos españoles, perseguidos en su propia patria por los rigores históricos —inquisiciones, guerras, hambres— buscaron amparo en Hispanoamérica y viceversa: muchos hispanoamericanos que precisaban escapar de sus países por causa de las dictaduras, los abusos y persecuciones vinieron a refugiarse en España con el sueño de una vida mejor. Así, las tierras de todos los países de Hispanoamérica y muchas de España se nos muestran en las páginas de esta vibrante historia que una vez comenzada no puede dejarse de leer hasta el fin.
Esta, pues, sería la novela de todos los que marcharon de un mundo a otro en busca de la felicidad que se les negaba en su tierra.